Punto y seguido, Punto y coma
Punto y seguido, Punto y coma.
Una breve y concisa descripcion de cada elemento y su función;
El punto y seguido se utiliza para separar enunciados dentro de un mismo párrafo, mientras que el punto y aparte se emplea para separar dos párrafos distintos que tratan sobre contenidos diferentes dentro del texto. Por su parte, el punto final marca el final del último párrafo del texto y, por lo tanto, el final del texto en sí estos signos de puntuación es fundamentales para organizar la estructura y coherencia de un escrito, ya que indican pausas y divisiones entre enunciados y párrafos
a continuacion se extrae un fragmento del libro "Don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes Saavedra para realizar el ejercicio de identificion de elementos como el punto y seguido, punto y la coma dentro del escrito los cuales estaran representados con un color en especifico dejando al color morado para el punto y seguido, rojo para el punto y verde para la coma.
Capítulo 5
Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
Viendo, pues, que, en efecto,
no podía menearse,
acordó de acogerse a su
ordinario remedio, que era pensar en algún
paso de sus libros; y trújole su
locura a la memoria aquel de
Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando
Carloto le dejó herido en la
montiña, historia
sabida de los niños, no
ignorada
de los mozos, celebrada y aun creída de
los viejos; y, con todo
esto, no más
verdadera que los milagros de
Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que
le
venía de molde para el paso en
que se hallaba; y así,
con muestras de grande
sentimiento, se comenzó a volcar por la
tierra y a decir con debilitado aliento
lo mesmo que dicen decía el
herido caballero del bosque:
-¿Dónde estás, señora mía, que
no te duele mi mal? O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
Y, de esta
manera, fue
prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen:
-¡Oh
noble marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal!
Y
quiso la suerte que,
cuando llegó a este verso,
acertó a pasar por allí un
labrador de su mesmo lugar y
vecino suyo, que venía de llevar una carga de
trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí
tendido, se llegó a él
y le
preguntó que quién era y qué
mal sentía que tan tristemente se quejaba. Don
Quijote creyó, sin duda, que
aquél era el marqués de Mantua, su tío; y así, no
le respondió otra cosa si no
fue proseguir en su romance, donde le daba
cuenta de su desgracia y de
los amores del hijo del Emperante con su esposa,
todo de la mesma manera que el
romance lo canta.
El
labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitándole la
visera, que ya estaba hecha
pedazos de los palos, le limpió el rostro, que le
tenía cubierto de polvo; y
apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le
dijo:
-Señor Quijana -que así se
debía de llamar cuando él tenía juicio y no
había pasado de hidalgo
sosegado a caballero andante-, ¿quién ha puesto a
vuestra merced desta suerte?
Pero
él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen
hombre, lo mejor que pudo le
quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna
herida; pero no vio sangre ni
señal alguna.
Procuró levantarle del suelo, y no
con poco trabajo le subió
sobre su jumento, por parecer caballería más
sosegada. Recogió las armas,
hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre
Rocinante, al cual tomó de la
rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó
hacia su pueblo, bien
pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y
no menos iba don Quijote, que,
de puro molido y quebrantado, no se podía
tener sobre el borrico, y de
cuando en cuando daba unos suspiros que los
ponía en el cielo; de modo que
de nuevo obligó a que el labrador le
preguntase le dijese qué mal
sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la
memoria los cuentos acomodados
a sus sucesos, porque, en aquel punto,
olvidándose de Valdovinos, se
acordó del moro Abindarráez, cuando el
alcaide de Antequera, Rodrigo
de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su
alcaidía. De suerte que, cuando
el labrador le volvió a preguntar que cómo
estaba y qué sentía, le
respondió las mesmas palabras y razones que el
cautivo Abencerraje respondía
a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que
él había leído la historia en
La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se
escribe; aprovechándose della
tan a propósito, que el labrador se iba dando al
diablo de oír tanta máquina de
necedades; por donde conoció que su vecino
estaba loco, y dábale priesa a
llegar al pueblo, por escusar el enfado que don
Quijote le causaba con su
larga arenga. Al
cabo de lo cual, dijo:
-Sepa vuestra merced, señor
don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa
Jarifa que he dicho es ahora
la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he
hecho, hago y haré los más
famosos hechos de caballerías que se han visto,
vean ni verán en el mundo.
A esto respondió el labrador:
-Mire
vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de
Narváez, ni el marqués de Mantua,
sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra
merced es Valdovinos, ni
Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor
Quijana.
-Yo sé
quién soy -respondió don Quijote-; y sé que puedo ser no sólo los
que he dicho, sino todos los
Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de
la Fama, pues a todas las
hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí
hicieron, se aventajarán las
mías.
En
estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que
anochecía, pero el labrador
aguardó a que fuese algo más noche, porque no
viesen al molido hidalgo tan
mal caballero.
Llegada, pues, la hora que le
pareció, entró en el pueblo, y
en la casa de don Quijote, la cual halló toda
alborotada; y estaban en ella
el cura y el barbero del lugar, que eran grandes
amigos de don Quijote, que
estaba diciéndoles su ama a voces:
- ¿Qué
le parece a vuestra merced, señor licenciado, Pero Pérez -que así se llamaba el
cura-, ¿de la desgracia de mi señor? Tres días a que no parecen él,
ni el rocín, ni la adarga, ni
la lanza ni las armas.
¡Desventurada de mí!, que
me doy a entender, y así es
ello la verdad como nací para morir, que estos
malditos libros de caballerías
que él tiene y suele leer tan de ordinario le han
vuelto el juicio; que ahora me
acuerdo haberle oído decir muchas veces,
hablando entre sí, que quería
hacerse caballero andante e irse a buscar las
aventuras por esos mundos. Encomendados sean a
Satanás y a Barrabás tales
libros, que así han echado a
perder el más delicado entendimiento que había
en toda la Mancha.
La
sobrina decía lo mesmo, y aun decía más:
-Sepa,
señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que
muchas veces le aconteció a mi
señor tío estarse leyendo en estos desalmados
libros de desventuras dos días
con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba
el libro de las manos, y ponía
mano a la espada y andaba a cuchilladas con las
paredes; y cuando estaba muy
cansado, decía que había muerto a cuatro
gigantes como cuatro torres, y
el sudor que sudaba del cansancio decía que
era sangre de las feridas que
había recebido en la batalla; y bebíase luego un
gran jarro de agua fría, y
quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua
era una preciosísima bebida
que le había traído el sabio Esquife, un grande
encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la
culpa de todo, que no avisé a
vuestras mercedes de los
disparates de mi señor tío, para que lo remediaran
antes de llegar a lo que ha
llegado, y quemaran todos estos descomulgados
libros, que tiene muchos, que
bien merecen ser abrasados, como si fuesen de
herejes.
-Esto
digo yo también -dijo el cura-, y a fee que no se pase el día de
mañana sin que dellos no se
haga acto público y sean condenados al fuego,
porque no den ocasión a quien
los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe
de haber hecho.
Todo
esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de
entender el labrador la
enfermedad de su vecino; y así, comenzó a decir a
voces:
-Abran
vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de
Mantua, que viene malferido, y
al señor moro Abindarráez, que trae cautivo
el valeroso Rodrigo de
Narváez, alcaide de Antequera.
A
estas voces salieron todos, y, como conocieron los unos a su amigo, las
otras a su amo y tío, que aún
no se había apeado del jumento, porque no
podía, corrieron a abrazarle.
Él dijo:
-Ténganse
todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo.
Llévenme a mi lecho y llámese,
si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure
y cate de mis feridas.
-¡Mirá,
en hora maza -dijo a este punto el ama-, si me decía a mí bien mi
corazón del pie que cojeaba mi
señor! Suba vuestra merced en buen hora,
que, sin que venga esa
Hurgada, le sabremos aquí curar. ¡Malditos, digo, sean
otra vez y otras ciento estos
libros de caballerías, que tal han parado a vuestra
merced!
Lleváronle
luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron
ninguna; y él dijo que todo
era molimiento, por haber dado una gran caída
con Rocinante, su caballo,
combatiéndose con diez jayanes, los más
desaforados y atrevidos que se
pudieran fallar en gran parte de la tierra.
-¡Ta,
ta! -dijo el cura-. ¿Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada, que
yo los queme mañana antes que
llegue la noche.
Hiciéronle
a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra
cosa sino que le diesen de
comer y le dejasen dormir, que era lo que más le
importaba. Hízose así, y el
cura se informó muy a la larga del labrador del
modo que había hallado a don
Quijote. Él se lo contó todo, con los disparates
que al hallarle y al traerle
había dicho; que fue poner más deseo en el
licenciado de hacer lo que
otro día hizo, que fue llamar a su amigo el barbero
maese Nicolás, con el cual se
vino a casa de don Quijote.
Bibliografia
de Cervantes, M. (2020). Don Quijote de la Mancha: Version Castellana. Independently Published.
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